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La mayoría de los análisis fallaron. Las encuestas, e inclusive las apuestas, también erraron. La opinocracia latinoamericana mostró que es más percepción “simple” la que genera que narrativas sólidas, responsables y con hipótesis lógicas. Una mayoría de periodistas falló en sus augurios por carecer de profesionalismo y de rigor científico en sus investigaciones; simplemente degradaron su credibilidad por sucumbir a la calentura que produjo la narrativa violenta del señor Donald Trump.

Tal es el caso del periodista de la cadena Univisión, Jorge Ramos, quien se montó en una ola mediática protagonizada por él mismo, se mareó, se creyó el periodista latino más influyente de los Estados Unidos de América y al final terminó devorado por su propio ego y su periodismo parcializado.

Aún me sigo preguntando por qué fallaron los análisis que le daban la victoria a Hillary Clinton y una derrota estrepitosa al candidato republicano, Donald Trump. Mi pensamiento empírico cruza varios escenarios para explicar por qué el republicano ganó y la demócrata perdió. Por ejemplo, estoy seguro de que operó una gran estrategia de neuromarketing político que le diseñaron y ayudó de forma determinante al triunfo de Trump, una estrategia de marketing político clásico que no favoreció al perfil de Hillary Clinton, un desgaste natural del Partido Demócrata tras ocho años de gobierno, por cierto, nada fuera de lo ordinario; una economía norteamericana que no es próspera para todas y todos, una globalización en comunicaciones que hoy en día pesa demasiado en la construcción de opinión pública, y también pienso que cierto sector de los opinólogos y periodistas híper opinadores mexicanos siguen pensando en una figura omnipotente del titular del Poder Ejecutivo y centran su mirada en esta figura como si de ésta fuera a salir todo lo bueno y necesario para ganar una elección o para gobernar bien. Vi una estrategia de neuromarketing político a la medida del perfil de Donald Trump y para el entorno de aquella nación americana.

La narrativa violenta del candidato pudo molestar a millones (de eso estoy seguro), pero era el tono, el momento y el mensaje necesario para ganar, como sucedió. Los norteamericanos, en su mayoría, albergan en su inconsciente un sentimiento de dominación y poder, y ahí se dirigió la narrativa del candidato. En la teoría de los tres cerebros del doctor Paul Mclean (1952), el cerebro reptil es la bóveda de los sentimientos de dominación, protección y sobrevivencia. ¿Recuerda usted de qué hablaba y en qué tono lo hacía Donald Trump? Su narrativa no estaba llena de argumentos lógicos, razonables, complejos, bien estructurados; por el contrario, esa narrativa tenía un ingrediente mucho más poderoso: era emocional, es decir, tendiente a despertar en el norteamericano emociones y el sentimiento de dominación, poder y sobrevivencia.

Donald Trump provocó en los ciudadanos que votaron por él miedo y odio hacia aquellos que ponen en peligro el “estilo americano de vivir”, por ello les aseguró que los mexicanos eran violadores, narcotraficantes y asesinos, porque con ello despertaría en sus compatriotas miedo y el instinto de sobrevivencia. Lo mismo buscó –y lo logró– al hablar de los terroristas de Medio Oriente. Trump, al prometer regresar “la grandeza norteamericana”, lo que estaba buscando era despertar el sentimiento de poder y dominación.

Estados Unidos de América es un imperio en diversos aspectos y eso les encanta escuchar y sentir a los norteamericanos. Los discursos del republicano fueron persuasivos para sus votantes, modificó sus conductas y ese era el objetivo. Las disciplinas llamadas neuromarketing y neuromarketing político comienzan a verse con más frecuencia en las campañas publicitarias, políticas y electorales, sobre todo en aquellas de vanguardia. Funciona muy bien y el ejemplo es la campaña de Donald Trump. Por su parte, Hillary Clinton utilizó marketing político clásico, que en realidad no es malo; sin embargo, sus estrategas fallaron en la interpretación de variables importantes como:

a) El terreno desde el que combatiría Hillary. Decidieron “continuidad”, y no era lo deseado por una mayoría;

b) Le dieron mayor peso a una de sus fortalezas: la experiencia como gobernante, lo cual no funcionó, porque la gente ya tenía una impresión de Clinton como una política nada extraordinaria;

c) Su narrativa, sus discursos eran bien estructurados pero demasiado lógicos y complejos. Al cerebro no le gusta pensar porque se fatiga, y a diferencia de un Trump emotivo, Clinton cansó y no conectó con los cerebros límbico y reptil de los votantes.

AUTHOR: Noticias Panama
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